En un pueblo perdido en las montañas una señora vio a dos ratas por la calle. Fue a la casa del alcalde y le puso al corriente. La autoridad le dijo que tomaría cartas en el asunto y la despidió.
¡Dos ratas!!Interrumpen mis siesta por dos roedores!
Dijo enfadado y siguió descansando. Cuatro días después, otra señora llamo la puerta.
Señor, he visto tres ratas en los jardines de la fuente.
El alcalde rezongó, lanzo imprecaciones contra los molestos roedores y la señora sorprendida por su actitud opto por abandonar el despacho.
Una semana más tarde, en el despacho del alcalde formaban tumultos.
Hombres, mujeres, comerciantes, niños asustados, todo el pueblo enunciaba la existencia de una plaga de ratas.
Los roedores aparecían entre las hortalizas del mercado. Corrían a su antojo por los puestos de venta de harina y habichuelas. En las panaderías traían locos a los pasteleros.
Y ya ningún niño podía jugar en parques por temor a toparse con varios de ellos que amenazantes mostraban los dientes.
El alcalde, que se lamentaba por no haber atendido a los enunciados de sus vecinos, ensayo varios métodos para combatir la plaga, pero nada logro.
Ningún exterminador de ratas podía hacer nada.
Estaba sumido en la desesperación cuando oyó comentar a una señora de un flautista que encantaba a los animales con el sonido de su instrumento.
Pidió que lo ubicaran y lo lleven a su despacho. Cuando estuvo frente a él lo puso al corriente de la veraz plaga de ratas y le dijo si podía ayudarlo a combatirlas.
¿Y cuál será mi recompensa? Pregunto el flautista.
Te daremos tierra en la ciudad y una gran bolsa llena de monedas. Dijo el alcalde.
El flautista acepto.
Al día siguiente, el flautista tocando la flauta de extraña manera, empezó a recorres las calles y los parques de la ciudad.
De todos los rincones las ratas aparecían y sin hacer ruido alguno, como hechizadas por el sonido de la flauta, seguían al músico.
Cuando el reloj de la iglesia de la ciudad marcaba las 6.00 de la mañana, un ejército de miles de ratas marchaba detrás del flautista.
El flautista pasó por la puerta del despacho del alcalde y, seguido por la cantidad de roedores, continúo rumbo al rio saliendo de la ciudad.
Inmutable, el flautista, sin dejar de tocar, camino rata las aguas y la corriente del rio arrastra a las ratas que lo seguían.
Al cabo de una hora ya no había rastro de rata alguna, todas se habían ahogado.
Esa mañana cuando la población despertó y salió a trabajar noto la ausencia de la plaga de ratas. El alcalde ha hecho una buena labor, dijeron, y fueron a felicitarlo ignorando al flautista. El alcalde también pensó que el merito era de él y que no tenía por qué reconocer lo hecho por el flautista. Por eso, cuando este llego a su despacho, lo hizo esperar y luego lo puso en la calle diciéndole que él y la ciudad no le debían nada.
No hay ningún contrato, muchacho anoto.
El flautista se retiro en silencio y fue a sentarse frente a la iglesia. Al sonar las doce campanadas el reloj de la torre se puso de pie y empezó a tocar una alegre tonada. Camino por las calles y los parques y cientos de niños empezaron a seguirlo.
Cuando el reloj marcaba las tres de la tarde, el flautista se dirigió hacia el puente de salida de la ciudad y desapareció con la cantidad de niños que lo seguían.
En el pueblo pensaron que se trataba de un festejo y nadie lo noto.
Pero cuando el reloj de la ciudad marco las cinco de la tarde y fue notoria la ausencia del bullicio de los niños en las calles y plazas, la gente se miro horrorizada por lo que temía.
Fueron a la casa del alcalde pero ya era demasiado tarde para tratar de enmendar una promesa incumplida.
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